sábado, 1 de enero de 2011

Conciencia de aldeano.

Se ha clamado mucho contra el positivismo de las ciudades, plaga que, entre las galas y el esplendor de la cultura, corroe los cimientos morales de la sociedad; pero hay una algo más terrible, y el positivismo de las aldeas, que petrifica cuan millones de seres, matando en estos toda ambición noble y encarcelándoles en el círculo de una existencia mecánica, brutal, y tenebrosa. Hay en nuestras sociedades enemigos muy espantosos; a saber: la especulación, el agio, la metalización del hombre culto, el negocio; pero sobre estos reposa un monstruo, acallado que despedaza más que ninguno, la codicia del aldeano. Para el aldeano codicioso no hay ley moral, ni religión, ni nociones claras del bien; todo esto se resuelve en su alma con supersticiones  y cálculos groseros, formando un todo inexplicable. Bajo el hipócrita esconde  una aritmética parda que supera en agudeza y perspicacia a cuanto idearon los matemáticos más expertos. Un aldeano que toma el gusto a los sueños y sueña con volverlos plata, para convertir después la plata en oro, es la bestia más innoble que puede idearse; tiene todas la malicias y sutilezas del hombre que puede uno imaginar; contiene todas aquellas malicias y sutilezas del hombre y una sequedad de sentimientos que espanta. Su alma se va condensando hasta no ser más que un graduador de cantidades. La ignorancia, la miseria en el vivir completan esta abominable pieza, quitándole todos los medios de disimular su descarnado interior. Contando por los dedos, es capaz de reducir a números todo el orden moral, la conciencia y el alma toda.

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